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Cielo
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Santa Beatriz de Silva

Escudo de los Silva

Beatriz nació en Campo Mayor, importante villa portuguesa, en 1437. Fue su padre Don Ruy Gómez de Silva y su madre Isabel de Meneses de sangre real, emparentada con las casas reales de España y Portugal, quienes contrajeron matrimonio en 1422.

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En 1434, su padre, había sido trasladado desce Ceuta a tierra portuguesa y designado alcaide mayor de Campo Mayor, provincia de Alentejo, lugar donde tuvo lugar el nacimiento de Beatriz, y donde transcurrió su infancia y adolescencia, en una familia de once hermanos. Uno de sus hermanos fue el Beato Amadeo de Silva o Meneses, franciscano, confesor del papa Sixto IV y creador de la rama reformadora de los llamados Amadeítas. Este es un dato importante que liga a Beatriz con la espiritualidad franciscana y devoción a la Inmaculada.

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El hogar de los Silva Meneses respira espíritu cristiano y piadoso, siendo los franciscanos los educadores de sus hijos. La Madre de Beatriz, siguiendo la tradición familiar, era muy devota de la Orden de San Francisco y por ello encomendó la educación religiosa de sus once hijos a los padres franciscanos, que sembraron en sus almas un amor especial a la Inmaculada Concepción. El quinto de los hermanos de Beatriz, llamado Juan y luego Beato Amadeo de Silva, tomó el hábito de San Francisco y fundó la asociación llamada de los «amadeístas».

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Hay una tradición conservada en Campo Mayor, que es todo un símbolo de la belleza angelical que distinguía a la joven Beatriz. En una de sus iglesias se venera un cuadro de la Virgen con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, sosteniendo sobre sus rodillas al Niño. A su lado están arrodillados San Francisco y San Antonio. Las facciones de esta Virgen, según la tradición, son copia del rostro candoroso de Beatriz. Su padre quiso tener un cuadro de la Virgen para la capilla de su residencia y con este fin mandó venir a un pintor italiano. El artista expuso al padre que el mejor modelo para la Virgen sería su misma hija. Esta, por obediencia, accedió a ello, pero, poseída de un inocente pudor en servir de modelo para un cuadro de María Inmaculada, no abrió sus ojos ante el pintor. Así resultó una imagen de la Virgen sumamente expresiva y delicada, conocida con el nombre de la «Virgen de los ojos cerrados».

En tordecillas

Retrato de Santa Beatriz y cofre donde fue encerrada por la Reina, en Tordesillas. Actualmente, en el claustro superior del Convento de Toledo.

En 1447, con poco más de veinte años, Beatriz abandona Portugal, llega a Castilla con el séquito de la infanta Isabel de Portugal, quien se unía en segundas nupcias con el rey D. Juan II, en Madrigal de las Altas Torres (Ávila). De esta unión nacería Isabel la Católica a quien Beatriz mecería y más tarde, siendo Isabel reina, la ayudaría en la fundación de la Orden. Tenía ya entonces veintitrés años, y, al decir de la Historia manuscrita de 1526, «allende venir de sangre real, era muy graciosa doncella y excedía a todas las demás de su tiempo en hermosura y gentileza». La corte de Castilla residía por entonces en Tordesillas, al oeste de Valladolid, en plena meseta castellana, junto al río Duero. El ambiente palaciego estaba dominado por intrigas y frivolidades cortesanas de la época. Estas fueron las espinas que encontró Beatriz en Tordesillas, haciendo más bella y fragante la flor de su virginidad.

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Las fiestas, cacerías y bailes van envolviendo la falsa atmósfera de la corte, la bella Beatriz y sus limpios ojos fascinaron a nobles y caballeros, la sonreía gran porvenir. Nadie podía adivinar la lucha interior que padecía, su mente fija en Dios la ayudaba a superar cuanto le acontecía en medio de la corte.

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Fuese por intrigas de algún caballero resentido ante la negativa de Beatriz a sus pretensiones, fuese por celos de la reina, que llegó a ver en ella una amante rival, cayó en desgracia de ésta. «Viendo la grande estimación que todos hacían de la sierva de Dios, la reina hubo celos de ella y del rey, su marido, y fueron tan grandes que, por quitarla de delante de los ojos, la encerró en un cofre, donde la tuvo encerrada tres días, sin que en ellos se le diera de comer y de beber». Fue todo un torbellino de pasión, que quiso tronchar la vida de esta delicada flor. La propia reina que antes la eligió como dama y la amaba, ahora llevada por los celos y considerándola su rival, quiso quitar de su vista a Beatriz. Para ello, un día la invitó a acompañarla a los sótanos del palacio y, al llegar al lugar, acercó a Beatriz a un cofre o baúl grande y, empujándola, la metió, cerrándola con llave.

 

Beatriz, destituida de toda ayuda humana, se entregó en brazos de la divina Providencia y de la Santísima Virgen María, recordando cuanto había escuchado en su infancia sobre el misterio de la Inmaculada Concepción.

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En momentos tan difíciles, según se recoge en el proceso de canonización, «recibió la visita de la Reina del Cielo vestida de blanco y azul, que la consoló con su presencia. Después de anunciarle que sería liberada, le confió el mensaje de que fundara una orden consagrada al culto y honor de su Inmaculada Concepción», con el mismo hábito que ella traía: blanco y azul. Como reconocimiento se consagró con voto de virginidad, con firme propósito de cumplir el mensaje recibido. (En este momento se empezó a gestar la Orden de la Inmaculada Concepción).

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La intervención de don Juan Meneses, tío de Beatriz, hizo que la reina Isabel abriese el cofre pasados tres días, esperando que su dama fuese ya cadáver. La sorpresa de todos fue impresionante. Beatriz apareció con más belleza y lozanía que antes de ser encerrada. Todos adivinaron que la bella dama portuguesa había sido favorecida en aquellas horas obscuras y tenebrosas con alguna luz especial del cielo. La Santísima Virgen la había escogido para dama suya. Era preciso cambiar de palacio. «A los tres días de verse libre del encierro, sin más dilación, pidió salir de Tordesillas, dirigiéndose a Toledo, acompañada de dos doncellas.»

En Toledo

Dos frailes franciscanos se le aparecen camino de Toledo.

Tras lo sucedido, Beatriz decidió abandonar la corte y, con la ayuda del propio rey, salió en 1451-1453 del Palacio de Tordesillas y se dirigió a la ciudad de Toledo, al convento de Santo Domingo el Real. En dicho convento vivía, no como religiosa dominica sino como pisadera, acompañada de dos criadas. En su trayectoria sucedió el encuentro con dos frailes de blanco cordón que, con afables palabras, la consolaron y dijeron que había de ser una de las mayores glorias de España y que sus hijas serían nombradas en toda la cristiandad. La joven Beatriz tuvo por cierto que aquellos eran los bienaventurados San Francisco y San Antonio, y desde entonces les celebró fiesta todos los años.

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Cuando apenas ha alcanzado los 25 años, busca en la soledad del claustro: silencio, tranquilidad de espíritu, comunicación con Dios. Siempre en actitud de oración y penitencia, con el rostro velado. Durante los treinta años que vivió en Santo Domingo, fue sin duda madurando el gran proyecto, fundar la nueva Orden en honor de la Inmaculada, siempre con confianza, a la espera de la manifestación y la hora de Dios. En este tiempo armonizaba la contemplación y la acción, destacando tres amores primordiales: el de la Eucaristía, el de la Pasión y el de la Inmaculada Concepción de María, penetrando en la obra redentora de Dios, manifestada en Cristo.

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Aquí recibiría un día a la Reina de Castilla, tal vez buscando el perdón y la reconciliación. También a su hija Isabel la Católica, que al parecer, atraída por su carisma y vida ejemplar, decidió apoyarla. Fruto de la estrecha colaboración entre Beatriz y la reina Isabel la Católica, tan devota de la Inmaculada, dio origen la nueva Orden en la Iglesia.

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Por los años 1480 – 1483 se le repitió la visión de Tordesillas. Beatriz no vacila. ¡Había llegado la hora!, urge la fundación de la Orden. Isabel había sido proclamada reina en 1474 y algún año después entraba en Toledo; venía a cumplir la promesa hecha en la batalla de Toro de edificar un templo a San Juan Evangelista. En 1479, «con la ayuda de Dios y de la gloriosa Virgen María, su Madre», se firmó la paz definitiva entre Castilla y Portugal. Todo un motivo para conversar con Beatriz, la dama que la había mecido en sus brazos cuando era niña. En las conversaciones, la Reina, apoyó la fundación de la Orden Concepcionista, que la Virgen había confiado a Beatriz y, concretaron en común acuerdo que Beatriz abandonara Santo Domingo el Real para instalarse en los Palacios de Galiana, donados por la Reina junto con la Capilla de la Virgen de Belén y Mártir Santa Fe.

La Reina Isabel

Reina Isabel la Católica

Mientras tanto la Providencia iba preparando los acontecimientos para que Isabel la Católica se interesase por la fundación de la Orden concepcionista. Había sido proclamada reina en 1474 y algún año después entraba en Toledo; venía a cumplir la promesa hecha en la batalla de Toro de edificar un templo a San Juan Evangelista. El lugar escogido está próximo al monasterio donde residía Beatriz. En todos estos años turbulentos, en medio de campañas guerreras, cuando la reina venía a Toledo buscaba tiempo para ir a conversar con Beatriz, la dama que la había mecido en sus brazos cuando niña. En 1479, «con la ayuda de Dios y de la gloriosa Virgen María, su Madre», se firmó la paz definitiva entre Castilla y Portugal. Esto pudo ser un motivo especial para que la Reina Católica, tan devota de la Inmaculada, apoyase la fundación de la Orden concepcionista, que la Virgen había confiado a Beatriz. Por estos años «se dice que se le apareció (a Beatriz) la Madre de Dios otra vez, distinta de la referida del cofre, volviéndola a mostrar cómo había de ser el hábito que traerían sus monjas».

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El año 1484 Isabel la Católica concertaba con Beatriz la donación de unas casas de los palacios reales de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo. Le donaba también la capilla adjunta, dedicada a Santa Fe por la reina Doña Constanza, esposa de Alfonso VI. Con doce compañeras (entre ellas una sobrina) pasó Beatriz a ocupar esta nueva mansión toledana. «En esta casa entró tan desacomodada con gran alegría, y dio orden de irla fabricando al modo necesario para que pudiese ser convento de religiosas.»

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Cinco años pasó Beatriz echando los cimientos de la Orden concepcionista, bajo la protección de Santa Fe. El nombre de esta santa francesa decía muy bien con la fe que había demostrado Beatriz desde que salió de Tordesillas. Isabel la Católica se serviría del patrocinio de esta misma Santa en la conquista de Granada, con una fe paralela a la de Beatriz.

Aprobación de la Orden

Bula “Inter Universa”

La aprobación de la Orden Concepcionista, solicitada al Papa por Beatriz y la Reina mediante las “minutas”, era firmada por Inocencio VIII el 30 de abril de 1489 mediante la bula «Inter Universa». En este mismo día se presentó en el torno del convento un personaje misterioso, preguntando por doña Beatriz de Silva y comunicándole la firma de la bula por el Papa. De esta manera lo supo ella en Toledo, cuando se otorgó en Roma, por revelación divina y creyó, sin duda que este mensajero era San Rafael, porque desde que supo decir el Avemaría le había sido muy devota y rezaba cada día alguna oración especial.

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Tres meses más tarde llega a Toledo la noticia de que la bula se había ido al fondo del mar, por haber naufragado la nave donde venía. «De esto recibió grandísima tristeza, y con mucha ansia de su corazón no hizo tres días sino llorar y orar. Al cabo de ellos fue a abrir un cofre para cierta cosa necesaria, y, no sin mucha maravilla, halló allí la dicha bula encima de todo». Toda la ciudad de Toledo se asoció con gran júbilo a la procesión en que se trasladó la “bula del milagro” desde la catedral al convento de Santa Fe. Tuvieron lugar todos estos festejos en los primeros días del mes de agosto de 1491. Actuó en la procesión, misa pontifical y sermón el insigne padre franciscano Francisco García de Quijada, obispo de Guadix. Fue puesta en vigor el 16 de febrero de 1491.

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Pero… «a los cinco días, estando (Beatriz) puesta en muy devota oración en el coro, aparecióle la Virgen sin mancilla…, la cual le dijo: “Hija, de hoy en diez días has de ir conmigo, que no es nuestra voluntad que goces acá en la tierra de esto que deseas”».

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Como declaran los testigos en el Proceso de Canonización, pasaba largas horas de la noche en el coro y, yendo una vez a maitines, según acostumbraba, halló la lámpara del Santísimo Sacramento apagada, y poniéndose en oración, viole manifiestamente encender, no viendo quien la encendía; tras esto oyó una voz, y ella escucha: «Tu Orden ha de ser como esto que has visto, que toda ella será deshecha por tu muerte mas como la Iglesia fue perseguida al principio, pero después floreció y fue muy ensalzada, así ella florecerá y será multiplicada por todas las partes del mundo».

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El mismo día 16 de agosto, que se había acordado para la toma de hábitos, tuvo lugar la tranquila muerte de Beatriz. El mismo padre confesor le impuso el hábito y velo concepcionistas y recibió su profesión religiosa.

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«Al tiempo de su muerte fueron vistas dos cosas maravillosas: la una fue que, como le quitaron del rostro el velo para darle la unción, fue tanto el brillo que de su rostro salió que todos quedaron espantados; la otra fue que en mitad de la frente le vieron una estrella, la cual estuvo allí puesta hasta que expiró, y daba tan gran luz y resplandor como la luna cuando más luce, de lo cual fueron testigos seis religiosos de la Orden de San Francisco».

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Había sido escogida como estrella para guiar a generaciones de vírgenes, que consagrarían a Dios su amor y su pureza, en honor de María Inmaculada. Se iba al cielo para guiarlas mejor desde allí.

Canonización

San Pablo VI

Así sucedió, en efecto. Recién fallecida, se apareció Beatriz en Guadalajara al padre fray Juan de Tolosa, franciscano, diciéndole que se encaminase a Toledo para defender su Orden. Las religiosas de Santo Domingo pretendían que fuese enterrado en su monasterio el cuerpo de Beatriz y que se fusionasen con ellas sus compañeras, en vez de llevar adelante la nueva Orden concepcionista. La intervención del padre Juan de Tolosa evitó la extinción de la incipiente Orden. Cuatro años después surgió una nueva tempestad al fusionarse el vecino monasterio de monjas benedictinas de San Pedro de las Dueñas con el de Santa Fe y tener lugar grandes desavenencias. La abadesa de Santa Fe, madre Felipa de Silva, sobrina de Beatriz, resolvió abandonar su convento y trasladarse al de religiosas dominicas de la Madre de Dios, en la misma ciudad, llevándose consigo las reliquias de su venerable tía. Otro fraile franciscano, el cardenal Cisneros, volvió a encender la lamparilla de la Orden concepcionista, trasladando el convento de Santa Fe al que habían ocupado los frailes franciscanos, muy próximo a él, y apoyando la fundación de nuevos conventos concepcionistas.

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A este último convento fueron trasladadas definitivamente las venerables reliquias de Beatriz, comenzando a recibir culto público poco después de su muerte. El afán por poseerlas es una buena prueba de ello. Los menologios de la Orden franciscana, cisterciense y benedictina la dan el título de «Beata». Abundan los relatos de favores milagrosos obtenidos por su intercesión. El año 1924 el papa Pío XI confirmó el culto inmemorial tributado a Beatriz como a Beata, con lo que nuevamente podía recibir culto público después de las normas prohibitivas de Urbano VIII en el siglo XVI. Reanudada la causa de canonización por Pío XII, todas sus hijas esperan venerarla pronto como Santa. Esa esperanza se convirtió en realidad el 3 de octubre de 1976, cuando Pablo VI la canonizó solemnemente.

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Después de más de cuatro siglos de existencia, y a pesar de las grandes pruebas por las que ha tenido que pasar la vida de clausura, aún conserva la Orden concepcionista más de 120 conventos diseminados por Europa y América Latina; de ellos corresponden a España más de 90. Esta es la gran gloria de la Beata Beatriz de Silva, adalid de la Inmaculada varios siglos antes de su definición dogmática.

 "La Inmaculada Concepción se manifiesta como fuerza viva
en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia
suscitando una Orden contemplativa". 

Homilía de Pablo VI en la canonización de Santa Beatriz
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